El próximo mes de Abril se celebrarán elecciones generales en Hungría, y se auguran pocos cambios.
A día de hoy el partido conservador Fidesz, posee una amplia mayoría absoluta (263 de los 368 escaños del parlamento, es decir, más de dos tercios), con la que hace y deshace a su antojo todo lo que se propone (lo que ha tenido bastante repercusión internacional). El segundo partido, y a una gran distancia (59 escaños) es el socialista MSZP. Por último, el tercer partido es la extrema derecha de Jobbik ultranacionalista, con una fuerza relativamente importante (47 escaños), un dato que puede impactar en España, pero que es algo habitual en centroeuropa. De esto ya hablaré más adelante.
El panorama, pese a ser desolador, es, según mi opinión, el típico escenario que se repite en muchos países: la derecha gana, no por méritos propios, sino por la incompetencia de la izquierda: en las elecciones de 2002 y 2006, los socialistas ganaron por ajustadas mayorías las elecciones. La izquierda, por regla general, está asociada globalmente al progreso, el desarrollo, y con ello la construcción de grandes infraestructuras que van acompañadas obligatoriamente de dos asuntos: corrupción y elevadas facturas.
Así el país mejoró, se construyeron autopistas, hospitales, escuelas y cientos de infraestructuras, que trajeron empleo y desarrollo. Además Hungría entró en 2004 a la Unión Europea, y en aquella época de crecimiento desenfrenado extendido por la mayoría del continente todo eran vacas gordas.
Sin embargo el país se estaba endeudando hasta las cejas. Los escándalos de corrupción comenzaron a salir a flote. El colmo fue que el gobierno socialista, encabezado por Ferenc Gyurcsány, falseó las cuentas estatales para que todo encajase de cara al país y a la UE. Finalmente, y cuando ya era vox populi, tuvo que reconocer que el país se encontraba al borde la bancarrota, que había falseado las cuentas y que el Estado húngaro se encaminaba hacia el abismo.
Se tuvo que acudir al FMI, y pedir un préstamo de rescate que les fue concedido a cambio de duras medidas de ajuste que destrozaron la economía y el progreso nacional.
Las elecciones de 2010 supusieron el lógico descalabro para la izquierda, que he mencionado al comienzo del artículo. Viktor Orbán se convirtió en el primer ministro húngaro (lo que en España es el presidente de gobierno, ya que Hungría es una república y no una monarquía). Anteriormente ya había sido primer ministro en el período 1998-2002.
Así salió a la luz todo una personaje: el señor Viktor Orbán, que cambió la constitución, todas las leyes que pilló por banda, y casi cambia hasta el nombre del país, apoyado por sus dos tercios del parlamento que le confieren plenos poderes cuasi-teocráticos.
Lo cierto es que también cogió las tijeras y empezó a recortar gastos por todas partes: sanidad, educación, transporte... Además subió los impuestos a niveles galácticos: Hungría tiene el IVA más alto de toda Europa, el 27% ni más ni menos (antes tenía el 25%, pero compartía el liderazgo con algunos países escandinavos). Con ello el déficit y la deuda del país comenzaron a bajar, y así el FMI y la UE le miraron con buenos ojos.
Cabe mencionar que es casi lo mismo que ha ocurrido en España, pero que a la vez es algo histórico que creo que nunca en la historia había ocurrido: la derecha subiendo impuestos. Esta falta de ideología, que recuerda a aquella genial frase de Groucho Marx "estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros", vendría a confirmar que los políticos son meros títeres en manos de los grupos de poder.
Lo cierto es que Orbán es un auténtico político, con la pura esencia de aquellos líderes que mueven a las masas como auténticos rebaños. En sus comienzos en la política tenía ideología de izquierdas, pero de repente se pasó a la derecha en un auténtico giro de 180 grados. Cuando un periodista le preguntó que cómo era posible esto, él respondió que "si me hace usted esa pregunta, es que no tiene ni idea de política". Es decir, que lo primero es gobernar, y luego está la ideología.
Como buen populista que es, tiene varios discursos que utiliza en función de quién tenga delante. Cuando habla en sus discursos domésticos, acusa a la UE, al FMI, a Rusia, a los socialistas o a quien haga falta de sus desgracias. Cuando está en el parlamento de la UE, agacha las orejas y aparenta ser un alumno aplicado que corrige sus actos déspotas para no ser sancionado. Saca cualquier acto histórico (recordemos que Hungría sigue dolida por las sanciones debido a su alianza con las potencias del eje en la 2ª guerra mundial), aplica una buena dosis de victimismo y así disimula su ineficacia para arreglar los problemas reales: la economía, para empezar.
Sin ir más lejos, Orbán es famoso por su discurso antisoviético de 1989, y su oposición al imperialismo ruso. No obstante, recientemente firmó un acuerdo con Putin para ampliar la única centra nuclear de Hungría y así "ganar soberanía energética". Pongo las comillas porque tampoco sé qué diferencia hay entre, por ejemplo, importar energía de Austria, o recibir un préstamo de Rusia para pagar a empresas e ingenieros rusos que amplíen una central. Bueno, lo cierto es que es otro buen ejemplo de cómo no mezclar la ideología con los negocios.
No obstante, y de esto se ha hablado muy poco en la prensa internacional, hay que reconocer que sus políticas populistas también han tenido buenas medidas: por ejemplo, Hungría ha sido el único país de la UE donde ha bajado el precio de la electricidad. También ha bajado el gas, ni más ni menos que un 10% el año pasado, y ya había sido previamente rebajado. Esto ha sido una bendición para muchos hogares húngaros que apenas pueden sobrevivir con los paupérrimos sueldos y pensiones de estos lares, y que ha compensado de alguna forma una escalada gigante de precios (inflaciones de un 6% anuales en los últimos años), que junto a la caída de la moneda local (el forinto húngaro) debido a la desbandada de los inversores internaciones por sus políticas totalitarias y populistas, han elevado el precio de las importaciones (a cambio baja el de las exportaciones, y así confía en recuperar el crecimiento económico).
Eso sí, hay pocas quejas de las compañías gasísticas y las eléctricas húngaras, ya que el propio gobierno nacionaliza a precios desorbitados pequeñas filiales de las compañías (lo que puede interpretarse como un pago encubierto).
También ha creado nuevos impuestos para los bancos, aunque estos han correspondido aplicando a sus clientes comisiones por todo y subiendo las que ya existían, así que en realidad el efecto de estas medidas es bastante discutible.
Con los socialistas (y el ex presidente Gyurcsány a la cabeza de ellos) de capa caída (que aparecen incluso con fichas policiales en los carteles electorales de Fidesz, y que de hecho son las fotos que merecen), la alternativa es la extrema derecha (Jobbik), que se dedica a reclutar jóvenes, apalear gitanos y hacer listas de judíos. No es de extrañar pues, que el Fidesz tenga la mayoría absoluta.
El resto de partidos tiene poca relevancia. El cuarto componente del parlamento es el LMP (verdes), que se encuentra estancado y con las ideas poco claras. Los demás apenas tienen varios puñados de votos.
Esto es el resumen de la situación política húngara a un mes de las elecciones en Abril de 2014. Las encuestas dicen que el Fidez quizás pierda algunos puntos y que los socialistas remonten ligeramente, pero salvo hecatombe, las cosas seguirán igual en la política húngara.
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