sábado, 18 de junio de 2016

Capitalismo en Europa del este (II) y auge de la extrema derecha

Hace poco, escribí un par de entradas sobre una interesante charla que tuve con personas que habían vivido durante el socialismo en Hungría, y me contaron como era el día a día en dicha época. Al final de la charla, comentaban que sin duda habían vivido mejor durante el socialismo que ahora, con el capitalismo plenamente instaurado, algo que no me sorprendió porque sabía que diversas encuestas y estudios ya han informado sobre esto. Varios lectores del blog me trasladaron su sorpresa por estas declaraciones, y es comprensible, ya que en las entradas me centré en la época socialista y no escribí acerca de cómo es la vida actual en el sistema capitalista, dentro de Hungría. Pero sobre esto he escrito en entradas antiguas del blog, ya que la etapa capitalista, a diferencia de la anterior, la he vivido in situ. Para saber cómo es la vida en el capitalismo húngaro, basta con echar un vistazo a esta entrada. Lo que ya es más complicado es explicar porqué aquí la instauración del capitalismo ha traído consecuencias tan funestas para la mayoría de la población.

Hace tiempo, escribí la primera parte de esta entrada, en la que trataba de explicar cómo se instauró el sistema capitalista en los antiguos países socialistas de Europa. De cómo en realidad toda la transición fue un gran "pelotazo" de las multinacionales occidentales (y sus oligarcas) con la complicidad de los propios líderes políticos de las antiguas repúblicas socialistas en aquellos años, que pasaron a ser los nuevos ricos de Europa oriental, con un resultado desastroso para la población. De esta forma se se implantó un nuevo sistema de capitalismo en Europa: el de los países orientales "donantes", y el de las multinacionales occidentales "receptoras" (nótese que hablo de oligarcas occidentales, no caigamos en el error de decir que los ciudadanos de a pie occidentales han salido beneficiados también, porque ha sido justo lo contrario).

Pero esto no es nada nuevo en absoluto, hay documentales y reportajes sobre este tema para dar y regalar. Uno de los más famosos es La Doctrina del Shock, de la canadiense Naomi Klein, cuyo libro pasó a la gran pantalla mediante un documental sin desperdicio, que puede verse en este link de youtube. Abarca un período mayor, pero entre los minutos 36 y 47 se explica la caída de la URSS, tema que es equiparable a la caída del socialismo en Hungría (obviamente con muchos matices, pero la esencia es muy parecida).

En Europa occidental, tras la segunda guerra mundial, los EEUU entregaron gran cantidad de ayuda financiera (como por ejemplo el plan Marshall) para contentar a sus socios europeos. Pero por aquel entonces, había un enorme país llamado URSS y un sistema, el socialismo, que amenazaba con extenderse por toda Europa. Esto era la gran pesadilla de América. Así que debía contentar a los ciudadanos occidentales europeos permitiendo una seguridad social de calidad, educación y sanidad gratuitas, y unos salarios elevados que permitiesen mantener a una clase media contenta y alejada de ideas socialistas. Que viesen a la URSS como el gran enemigo. Esto creó un capitalismo con una calidad de vida elevada, unas socialdemocracias europeas con estándares más que aceptables, en Alemania Occidental, Francia, Reino Unido, Escandinavia, etc.

Pero esto no pasó cuando el capitalismo se instauró en el este. Cuando cayó el muro de Berlín, no había nadie con quien competir. Caída la URSS, Estados Unidos y Europa Occidental no tenían rival. Y el este de Europa no pudo exigir nada. Firmó lo que le dijeron que firmase.

Cuando cayó el muro, y los antiguos países socialistas se abrieron de par en par a la entrada de capital occidental, a los oligarcas se les debió de poner la misma cara que tiene Nicolas Cage en la película "El Señor de la Guerra", cuando besa la televisión que le da dicha noticia y se le abre el mercado de armas de la antigua URSS. No era para menos: de toda la industria, servicios e infraestructuras, prácticamente se privatizó todo, siendo adquirido por estos oligarcas occidentales. Toda empresa o fábrica que no interesaba, se cerró, argumentando que sus productos no cumplían con las normativas europea (para no tener que competir con ellos en el "libre" mercado), y lo que interesaba, se compró a precio de saldo con la complicidad de muchos de los antiguos dirigentes comunistas de estas repúblicas, que de paso multiplicaron su riqueza personal (riqueza que, por otra parte, les limitaba el propio sistema que ellos decían defender).

Empresas energéticas, servicios, minas, fábricas... levantadas antaño con el sudor y esfuerzo de los trabajadores del este, pasaron a manos privadas occidentales en un abrir y cerrar de ojos por precios irrisorios. A esto, en el mundo occidental se le llamó irónicamente "inversiones de empresas occidentales en Europa del este". Por cierto, muchos de estos "inversores" eran antiguos ciudadanos del este de Europa que durante el socialismo se habían exiliado en EEUU y tras la caída del muro se volvieron "de compras" a su vieja patria. Eran las grandes rebajas.

Además, los bajísimos salarios orientales permitieron trasladar gran parte de la producción al este. Bienes que, al bajar la mano de obra, permiten generar unas plusvalías mucho más elevadas (y no una bajada final de precios para el consumidor). Las mercancías, además, se transportan al oeste en las nuevas autopistas del este (la mayoría construidas por empresas occidentales mediante fondos de cohesión). Mejor negocio imposible.

Los "fondos de cohesión" de la UE, también llamados fondos estructurales, no son más que un eufemismo para otro "pelotazo": los países occidentales, más desarrollados, conceden ayudas económicas a sus colegas del este para construir infraestructuras. No para desarrollar su industria, ni crear nuevas empresas, claro que no, esto supondría un mercado mundial más competitivo, algo que es una de las pesadillas de los oligarcas de occidente, sino para construir una autopista, un campo de fútbol, un colegio, un hospital. Estas infraestructuras, como ya dije, las construyen las propias multinacionales occidentales, empleando como mano de obra a los ciudadanos de los países del este de la UE, con salarios mucho más bajos, con lo cual los márgenes de beneficio son mucho mayores. En resumidas cuentas: los impuestos del ciudadano medio occidental van a parar al bolsillo de sus propios oligarcas occidentales. En el camino se caen unas monedas para el personal empleado del este. Una vez concluida la obra, terminan sus contratos y ya está. No se genera más riqueza. Es trabajo temporal y barato.

Y la cosa no termina aquí. Al facilitar enormemente la "movilidad europea" (otro eufemismo digno de los mejores cerebros del marketing occidental), los permisos de trabajo y residencia, se logró atraer en masa a millones de trabajadores jóvenes polacos, húngaros, eslovacos, letones, lituanos, estonios y demás, que no dudaron en hacer la maleta y marcharse a trabajar a Alemania, Inglaterra, Irlanda, Suecia o Austria. Esto tuvo como consecuencia un gran y repentino aumento en la demanda de puestos de trabajo en Occidente (mayor que la oferta) lo que permitió, cuanto menos, mantener los costes salariales o incluso reducirlos en muchos sectores. Además, al trasladar gran parte de la producción al este de Europa, se redujo la oferta laboral en el occidente, lo que facilitó también la reducción salarial (el mercado laboral hay que entenderlo como un mercado más: si hay mucha oferta (trabajo) y poca demanda (trabajadores), se deben subir los salarios para atraer a los trabajadores, si hay poca oferta y mucha demanda, se pueden bajar los salarios porque hay mucha más gente a la que contratar y que aceptará peores condiciones) Con esto me refería a que los propios países de Europa occidental han salido perdiendo.

Las remesas de los inmigrantes enviadas a Europa del este pueden parecer una fuga de riqueza, sin embargo terminan, igualmente, en el bolsillo de los oligarcas occidentales, que son las que proveen de bienes y servicios a estos países a través de sus multinacionales (o de las empresas autóctonas que compraron en su momento). Este saqueo de recursos y mano de obra del este de Europa ha permitido incrementar unas pocas fortunas de manera exponencial, a costa de empobrecer a los trabajadores de todo el continente. En los últimos tiempos, es tal el número de trabajadores del este que han emigrado, y es tal el número de multinacionales que han trasladado sus puestos a Europa oriental, que estas empresas tienen serias dificultades de encontrar personal, lo que les ha forzado a subir los salarios, especialmente en las capitales, donde el coste de la vida aumenta a velocidad de vértigo.

Llegados a este punto, uno puede pensar, ¿y porqué los ciudadanos del este se quedan de brazos cruzados sin hacer nada? Bueno, en estos tiempos en los que vivimos, donde el hedonismo y el placer rápido dirigen nuestras vidas, la elección entre "hacer la revolución" o coger un vuelo low-cost de Ryanair, trabajar unos años en Europa occidental y ahorrar para comprarse un Iphone, unos muebles baratos de Ikea, un coche "de marca" y fardar en su país, la gente termina eligiendo la segunda opción. Y es comprensible: la mayoría de la gente no quiere problemas, tan solo una vida digna. Además, poco pueden hacer sus gobiernos, atados de pies y manos: si suben los salarios, las empresas se llevan los puestos de trabajo a cualquier otro país que no lo haga. Al final, lo que ocurre es que estos países terminan compitiendo entre sí por ver cuales tienen los sueldos más bajos o las peores condiciones laborales, para así atraer a más empresas occidentales. Y sus ciudadanos, se van unos años a trabajar a Inglaterra o Alemania, para volver a su país años después con unos ahorros que les permitan elevar la baja calidad de vida que les ofrece su nuevo sueldo, mucho más bajo, por realizar el mismo trabajo que antes.

Ahora bien, el descontento social es enorme, tremendo. Una cosa es que la gente acepte todo esto, y otra, muy diferente, que tenga una sonrisa de oreja a oreja. Las urnas, por ejemplo, son un reflejo de todo este proceso que ha ocurrido. Analizar unas elecciones en un país del este de la UE exige cierta familiaridad con el proceso de saqueo e implantación de este capitalismo diferente al implantando en occidente tras la 2º guerra mundial.

Muchos partidos políticos socioliberales, lo que es la pseudoizquierda actual (como el Partido Socialista Húngaro) están formados por los antiguos dirigentes comunistas y sus herederos, que son los que trajeron este caos al país: paradójicamente, la izquierda les ha traído el capitalismo más salvaje. Y con el tiempo, se les ha terminado el crédito. El pedir paciencia y tiempo hasta que llegue el nivel de vida soñado ya no cuela. Pues son más de 25 años ya desde la caída del muro, 12 años ya desde la entrada a la UE. Y la riqueza generada ha sido muy baja. Se ha hecho un buen lavado de cara: edificios, calles, parques... han sido restaurados. Pero en el fondo los problemas siguen siendo los mismos: trabajo precario, pensiones ruinosas y un estado del bienestar débil y lleno de carencias.

Luego está la derecha, que en realidad, y de nuevo paradójicamente, trae en sus programas electorales más mejoras sociales que la izquierda liberal. Al fin y al cabo, los conservadores siempre han sabido que un pueblo contento "incordia" mucho menos que uno que no tiene qué comer. "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo", que decía el despotismo ilustrado. Así que estas políticas de derecha intentan traer mayor bienestar social que el saqueo que ha permitido la izquierda tradicional de estos países. Sin ir más lejos, hace unos años hubo un referéndum en Hungría donde el Partido Socialista (MSZP) era partidario de imponer tasas por ir al médico, mientras que la derecha (Fidesz) hizo campaña contra dichas tasas (y ganó el no).

Pero como decía, los gobiernos tienen muy poco margen de maniobra. Pueden prometer mucho antes de las elecciones, que cuando ganan, los oligarcas (o "inversores") les recuerdan quién tiene realmente el poder. Así que el pueblo está perdiendo también la confianza en la derecha tradicional. Los políticos tienen que sacar otros problemas para distraer el descontento social. En Europa oriental es muy fácil, con los nacionalismos. Pues si ha habido una zona europea con más matanzas, batallas, injusticias y sangre en el pasado ha sido el este. Así que agitando un poco la alfombra del nacionalismo sale suficiente mierda de debajo para distraer a la población de sus problemas cotidianos, como poder llegar a fin de mes con pensiones de 100 euros, o salarios de 300, y precios al mismo nivel que occidente (en eso sí que se han puesto a la par rápidamente).

Esta es la clave de porqué los partidos ultranacionalistas, de extrema derecha o ultraconservadores, como se les quiera llamar, están comenzando a ganar simpatizantes y votantes a gran escala en esta zona de Europa. Porque ya no son solo los típicos skin heads ni los ultras quienes van a sus mítines, manifestaciones o a votarles. Ahora son familias enteras y trabajadores, algunos de ellos antiguos votantes del Partido Comunista (!) quienes votan a la extrema derecha. Quienes se dejan seducir por los discursos que denuncian este saqueo capitalista, estos movimientos migratorios creados de manera artificial para reducir costes salariales, o la imposición de una sociedad liberal y multicultural que en realidad solamente beneficia a los de siempre. Así que esos argumentos de "es que vienen del comunismo", "es que allí son muy xenófobos" que maneja en occidente la prensa más amarillenta y pasquinera están muy lejos de acertar en el diagnóstico. En su momento, hice en el blog un breve análisis de las última elecciones en Polonia.

La extrema derecha, tal y como la conocíamos, ha mutado. Su discurso ya no se centra  en el odio, comienza a tocar el bolsillo del ciudadano de clase baja y media, lo que le permite ganar simpatizantes, que seguramente no coinciden con otras de sus ideas, pero lo ven como la última alternativa tras el fiasco de los partidos políticos tradicionales. Pues muchos de sus votantes no son especialmente nacionalistas, ni creen en supremacías de ningún tipo, pero sí escuchan como prometen implantar impuestos a la banca y las multinacionales (a las que denuncian abiertamente como culpables de la crisis económica europea), proteger la industria local, dar ayudas a las familias y a los trabajadores o dar la espalda a una UE que ya se ha quitado la careta definitivamente. Cómo denuncian ese multiculturalismo impuesto para crear una sociedad tan heterogénea que impida  a sus individuos ponerse de acuerdo en nada, y así ser fácilmente dirigida. Cosas que la izquierda o la derecha tradicional omite en su discurso. Y esto es lo que les ha permitido a estos nuevos partidos pasar de porcentajes de voto simbólicos a cifras que les sitúan como segunda o tercera fuerza política en muchos lugares. Y eso que mucha gente se frena de votar a la extrema derecha por la ideología tradicional, ese discurso del odio que sigue manteniendo (aunque ya en muchas zonas han comenzado a suavizar el tono, para captar más votantes). No olvidemos que ciertas banderas o símbolos prohibidos siguen reluciendo en muchos de sus actos. Que cada cierto tiempo se produce alguna agresión de sus militantes por motivos raciales, políticos o religiosos. El uso de la crisis de los "refugiados" a su favor es indudable, como también lo ha hecho la izquierda y, en general, todo político en busca de la foto y la pancarta fácil. Pero no olvidemos que los UKIP, Le Pen, Jobbik y demás ya tenían bastante fuerza desde antes de esta crisis migratoria, resumir todo en la xenofobia me parece un análisis superfluo y erróneo.

¿Y la izquierda de verdad? Pues inexistente, dormitando. En lugar de analizar bien la situación social y política, y llevarla a su terreno para formar una alternativa real a la extrema derecha, sigue con su argumento flower-power de derechos humanos, gay-friendly, feminismo, multiculturalismo, green y demás. Cosas que, en dosis acordes a la demanda social están muy bien, pero que, en estos tiempos que corren, donde mucha gente no tiene dinero para encender la calefacción en invierno, comer un filete, tener unos días de vacaciones o llegar a fin de mes, a la mayoría de votantes los temas de sus discursos les parecen asuntos secundarios, por no decir que "se la trae al pairo". A veces no sé si es que no se dan cuenta o es que han asumido que el sistema económico no se puede cambiar ya, porque la economía no está en manos de los gobiernos, y que tienen que desviar sus discursos a esos temas que se salen del bolsillo del trabajador. Los temas de una izquierda otanista, europeísta, light, edulcorada, sin cafeína ni sabor. Si la izquierda no se pone las pilas en Europa, entonces el futuro pasará a manos de la extrema derecha. Y no es un futuro lejano. Es algo que ya ha comenzado a ocurrir. Y cuando en Europa se agitan los fantasmas de los nacionalismos, la cosa no suele terminar bien.

miércoles, 1 de junio de 2016

Viena

Con 1,8 millones de habitantes, la capital de la vecina Austria se encuentra 240 kilómetros al oeste de Budapest. Viena (en húngaro Bécs), no necesita una gran presentación, su fama internacional es patente, gracias a su patrimonio imperial, sus afamados cafés, su elevado nivel de vida y su estratégica situación en el centro de Europa. Su área metropolitana cuenta con 2,6 millones de almas, que es casi un tercio de la población total del país.




Viena fue la capital, junto a Budapest, de la antigua monarquía dual del Imperio Austrohúngaro, una potencia mundial y uno de los principales estados de Europa hasta la primera guerra mundial. Tanto Austria como Hungría tienen gran parte de su historia en común. Magiares y germanos tuvieron una convivencia difícil: los Habsburgo de Austria lograron recuperar los territorios húngaros ocupados por el Imperio Otomano, y debido a ello, Hungría quedó sometida al poder económico, político y militar de Viena, lo que terminó estallando en la revolución húngara de 1848 contra Austria. Revolución que, aunque se perdió, sirvió como precedente para que años más tarde, cuando Austria quedó debilitada, terminase reconociendo a Hungría y Budapest como su igual. Pocas décadas más tarde, tras la derrota en la primera guerra mundial, sus amplios territorios se diluyeron casi como un azucarillo para quedarse en dos pequeños países del centro de Europa, incluyendo algunos territorios húngaros que pasaron a Austria, las Burgenland. Luego, el telón de acero los dividiría definitivamente, quedando Austria del lado occidental y Hungría en la parte oriental. Y décadas más tarde, en 1989, serían los primeros países en desmantelar la valla fronteriza que separaba el bloque socialista del capitalista. Hoy en día no hay vallas ni controles fronterizos, pero sigue habiendo un "telón económico" importante, que se nota nada más cruzar de un país a otro.





Esta cercanía y las buenas comunicaciones hacen que las escapadas a Viena sean algo bastante frecuente entre los húngaros y extranjeros de Hungría, y viceversa. Por no hablar del famoso viaje de "Capitales Imperiales" que recorre Praga, Viena y Budapest, tres de las ciudades más hermosas de Europa, sin ninguna duda. En mi opinión, y es solo mi opinión, Viena no llega al nivel de Praga a Budapest. Tengo varios motivos, pero el principal es que mientras que las dos últimas se han construido en torno al gran río que las atraviesa, Viena se ha erigido de espaldas al Danubio, que, aunque atraviese la ciudad, no lo hace por su parte más bella. Una lástima. Además, Viena es una de las capitales más caras de Europa, tomarte un café o comer cualquier cosa supone casi seguro un sablazo, cosa que no ocurre en Praga o Budapest (claro que aquí también hay sitios caros, pero es mucho más fácil encontrar opciones asequibles). La ciudad tiene algunas zonas y edificios bastante envejecidos, sin restaurar (empezando por la catedral de Viena, que tiene aún una gran parte ennegrecida), o avenidas y cruces llenos de cables al estilo de las ciudades del este de Europa, a veces no da esa sensación de que Viena sea una de las ciudades más "ricas" de Europa. Pero ya digo que es mi opinión, y que además, esto no significa que no haya ido de vez en cuando a Viena a disfrutar de la ciudad, que me gusta bastante, por su ambiente, sus avenidas, sus cafés y sus palacios, así como su animada y bohemia vida nocturna. No quiero que se me malinterprete.

La capital del Reino del Este (Österreich en alemán) ofrece principalmente un paseo por su anillo o ringstrasse (varias calles seguidas que forman un semicírculo), por el que se pueden contemplar las principales joyas de la capital, como el parlamento austríaco, la ópera de Viena, la plaza de María Teresa, el ayuntamiento o Rathaus, Heldenplatz, o el Stadtpark entre otros. Sin embargo, el eje neurálgico de Viena probablemente sea Stephansplatz, donde se encuentra la famosa catedral. La entrada a ella es libre, subir a la torre cuesta algunos euros, pero las vistas de la ciudad desde aquí son espectaculares.





El palacio de Schönbrunn, uno de los lugares más visitados de Viena, y que bien merece la pena, está algo alejado del centro, aunque bien comunicado por el metro. Sus jardines también merecen pasear con calma, por lo que su visita nos puede llevar fácilmente medio día. También alejado del centro está el curioso edificio del arquitecto Hundertwasser, llamado Hundertwasserhaus, con sus llamativas formas y colores. Cerca hay un centro comercial con el mismo estilo, y un museo con obras del autor (este último ya de pago).



fotografía: wikipedia


Más cerca del centro está el palacio de Hofburg, situado a medio camino entre la plaza de Stephan y el ring, y que también se puede visitar. El precio de la entrada es de 11.50 €, de todas formas merece la pena visitar al menos un palacio (el de Schönbrunn también tiene el mismo precio). Más discutible es visitar la casa en la que vivió Mozart, la entrada son 10 € y realmente ves muy poco (aunque yo no la he visitado, pero no tiene muy buenas críticas, básicamente es eso, un edificio del centro en el que debió de vivir Mozart, sin nada particular).





Ignoro si ofrecen paseos en barco por el Danubio, si los hay no merecen la pena, porque como ya dije, desde aquí no se ve prácticamente nada de la parte más atractiva de la ciudad. La famosa pastelería del hotel Sacher (donde hacen esta tarta típica austríaca, a base de chocolate, bizcocho y mermelada), suele tener una cola de turistas esperando a tomar un trozo de esta tarta a precio de oro (unos 6 € la pequeña porción), eso sí, la pastelería y el hotel en general son de gran belleza. La opción económica y mochilera es meterse a cualquier supermercado de la ciudad y comprar chocolates y dulces hasta que el presupuesto reviente, que tampoco son baratos, pero cunde mucho más, claro.






Para llegar a Viena desde Budapest, la opción más cómoda y rápida es mediante automóvil, pues el viaje lleva poco más de 2 horas por autopista, dependiendo del tráfico en ambas capitales. Tanto Hungría como Austria tienen el sistema de pago mediante viñeta en sus autopistas. En las áreas de servicio fronterizas pueden adquirirse tanto la austríaca como la húngara, por un precio que ronda los 10 euros y da derecho a usar ilimitadamente las autopistas de cada país durante una semana. No es recomendable circular sin la viñeta porque hay muchos controles (bien con cámaras que graban las matrículas de los coches o controles móviles de la policía que te para directamente si ven que tu matrícula no está registrada en la base de datos). Otra opción más cómoda es tomar el tren, que parte desde la estación de Keleti y cuyo viaje tiene unas 3 horas de duración. Hay gran frecuencia de trenes entre Viena y Budapest, los horarios se pueden consultar en la web elvira.hu. Por último, también hay autobuses que enlazan ambas capitales, partiendo de la estación de Népliget. La moneda de Austria es el euro, y el idioma oficial, el alemán.


fotografía: wikipedia

fotografía: wikipedia

fotografía: wikipedia

fotografía: wikipedia


fotografía: wikipedia
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