Con apenas 54.000 habitantes, Eger es una pequeña ciudad situada al noreste de Hungría, probablemente de las más bellas que pueden verse en el país. Está a unos 140 kilómetros al este de Budapest, comunicada por la autopista M3 y numerosos autobuses que la enlazan con la capital, (estación de los estadios). Además de ser una ciudad con gran atractivo, los alrededores son igualmente sugerentes, por lo que merece la pena venir al menos un fin de semana o varios días. Muchos turistas se acercan a pasar un día desde Budapest, aunque para mi gusto es tiempo insuficiente (pero mejor que nada, claro).
Eger ya existía como asentamiento desde mucho antes de que llegasen los húngaros, pero fue bajo el reinado de San Esteban cuando se fundó una sede episcopal, ganando el lugar gran importancia. Además fue un importante bastión defensivo frente al imperio otomano, gracias a su famoso castillo. Una de las batallas más célebres sucedió en 1552, cuando un grupo de apenas 2.000 soldados húngaros logró defender la ciudad ante un ataque de 80.000 soldados turcos que sitiaron la ciudad. Aquí comenzó probablemente la leyenda de los famosos vinos de Eger, una de las zonas vinícolas húngaras más importantes. Cuentan que los soldados húngaros tomaban vino para vencer el miedo antes de ir a la batalla, y llegaban al frente con la cara manchada de vino y una violencia descomunal, lo que asustó a muchos soldados turcos, que pensaron que los soldados húngaros bebían sangre de toro y esta les confería un valor y fuerza excepcionales. Debido a esto se supone que es por lo que el vino de Eger se denomina como Bikavér (sangre de toro, en castellano).
No obstante, en 1596 la ciudad terminaría cayendo bajo dominio otomano, estando ocupada durante casi un siglo, en el que las iglesias se transformaron en mezquitas y se erigieron minaretes y baños termales. Los Habsburgo recuperaron la ciudad en 1687, expulsando a los turcos de la región.
Castillo de Eger.
Calle de la parte antigua de la ciudad.
Zona antigua y castillo.
Basílica de Eger al fondo.
La ciudad cuenta con el mencionado castillo, que puede visitarse (creo que el ticket ronda los 7 €, yo personalmente no entré), las vistas son bastante buenas, pero yo me alojaba en una pensión desde la cual podía divisarse toda la ciudad, por lo que decidí no entrar al castillo. Recomiendo subir al minarete, una experiencia un poco claustrofóbica y vertiginosa, aviso a navegantes, pero que merece la pena. Hay que subir por una escalera de caracol muy estrecha y oscura en la que apenas hay espacio, y se llega arriba un poco mareado. Las vistas desde allí son impresionantes, aunque se trata de un mirador circular muy estrecho en torno al minarete en el que hay que andar de lado y apenas pude hacer fotografías porque estaba algo mareado de la subida y temía que se me cayese la cámara. No obstante merece mucho la pena subir, pero si uno sube sin saber qué se va a encontrar la verdad es que impresiona un poco.
La parte antigua, situada entre el castillo y el arroyo Eger (Eger patak), con sus calles en cuesta empedradas, pequeñas casitas típicas y agradables terrazas, cafés y restaurantes es quizás la zona con más encanto de Eger, que termina en la plaza Dobó (en homenaje al héroe de la ciudad). En la propia plaza está la iglesia minorita. Si seguimos andando y cruzamos la plaza llegamos al centro de la ciudad, más moderno pero igualmente encantador, hasta la basílica de Eger, uno de los edificios más destacados de la ciudad, situada en un parque donde uno puede sentarse a descansar un rato.
Vistas desde el minarete.
El minarete, entre ambos edificios, al fondo.
Iglesia minorita.
Debo mencionar una vez más que las pastelerías húngaras son una de mis devociones. En Eger, Marján curkrászda es el sitio ideal para acompañar un café con una porción de las deliciosas Dobós torta (de bizcocho, chocolate y caramelo) o Eszterházy torta (de nueces y merengue), aunque un krémes (milhojas de crema) es siempre una buena opción. En los numerosos restaurantes y terrazas del centro podemos degustar la famosa sopa gulyás o la carne estofada pörkölt, entre otras delicias de la gastronomía húngara.
Basílica de Eger.
Ciudadela del castillo. fotografía: wikipedia.
Otoño en la ciudad, una época muy buena para visitarla.
Una de las zonas más famosas de la ciudad, además del centro y la parte antigua ya mencionadas, es el Valle de las mujeres hermosas (Szépasszonyvölgy). No es que aquí las mujeres sean más hermosas que en otros lugares, probablemente el origen del nombre esté más bien relacionado con la tradición bodeguera y vinícola del lugar. Es un pequeño valle más o menos circular, situado en las afueras y rodeado de pequeñas montañas en cuyo interior hay excavadas varias docenas de bodegas, que pueden y deben visitarse para probar sus famosos vinos y el mencionado Bikavér. Para acompañar nada mejor que el zsíroskenyér (rodajas de pan untadas de grasa y con pimentón espolvoreado, a veces también se le echa cebolla cruda). Desde luego no es muy sano, pero son recomendables para acompañar el vino, porque las bodegas están todas seguidas, y aunque no se pueden visitar todas, cuando uno lleva ya unas cuantas, mejor si se ha metido algo más que vino al estómago. Algunas pueden estar cerradas al público, generalmente por tener alguna vista o cena privada, pero muchas pueden visitarse. Mi favorita es la bodega Hagymasi, pero hay muchas más. Para la vuelta a Eger (está a algunos kilómetros del centro) es más que recomendable el taxi, para la ida también se puede escoger esta opción o caminar desde el centro, es un paseo agradable. O si se va en coche, el que conduce deberá abstenerse de beber. Recordemos que la tasa de alcolemia máxima permitida en Hungría es 0. Tengo pensado en el futuro escribir una entrada con más detalles sobre este sorprendente lugar.
Bodega en el Valle de las mujeres hermosas.
Un poco más alejado está la villa de Egerszalók, que cuenta con uno de los balnearios más importantes del país. Resulta que, en este lugar, haciendo prospecciones petrolíferas durante el siglo XX, encontraron bolsas de aguas termales (nada sorprendente en Hungría), pero estas eran extremadamente salinas: el agua comenzó a brotar del monte ladera abajo, y con el paso de décadas ha ido formando terrazas de sal en las faldas del monte. Junto a este curioso paisaje (apenas hay en el mundo un puñado de lugares como este), se ha edificó el mencionado balneario y un moderno hotel, el Saliris Resort Spa. Evidentemente no hace falta estar alojado allí para visitar el balneario, pero forma parte del hotel. Las mejores piscinas son, sin duda, las de fuera, desde las que se pueden ver las terrazas de sal, que además al anochecer se iluminan con luces que van cambiando de color. Una experiencia fascinante. En la web del hotel se pude consultar el horario y precios del balneario (en húngaro e inglés).
Balneario de Egerszalók.
Dentro de la ciudad de Eger hay otro balneario, más pequeño y sin laderas de sal, pero que también merece la pena visitar si hay tiempo (Egri termal és strandfüdo). Claro que si hay que elegir uno, yo me quedo con el de Egerszalók.
Muy cerca de Eger se encuentran los dos parques naturales principales de Hungría, Mátra y Bükk, que son dos de las escasas zonas montañosas que hay en un país eminentemente llano como Hungría. Prácticamente junto a Eger está Bükk, un paraje natural montañoso atravesado por una pequeña carretera comarcal que comunica Eger con Miskolc. Esta carretera, en otoño, con una paisaje colorido es impresionante, es fascinante. En Bükk hay pueblos enclavados en valles preciosos, el lago Hamor o el ferrocarril de Lillafüred, que merecen una entrada aparte, por lo que los menciono brevemente aquí. Mátra ya está un poco más lejos.
Carretera entre Eger y Miskolc, atravesando el parque nacional de Bükk.
Lago Hamor, en Bükk.
Mátra.
Como decía, merece la pena venir por lo menos un fin de semana o mejor aún, un puente. Si queremos ver Eger y sus fantásticos alrededores, al menos 4 ó 5 días son necesarios para disfrutarlos lentamente. Para los amantes de la naturaleza, Mátra y Bükk cuentan con numerosas sendas, lagos y montes, y es una escapada habitual en los fines de semana para los ciudadanos de Budapest. Para los amantes del vino y la enología, el Valle de las mujeres hermosas es una visita obligatoria, para los amantes del agua caliente, los chorros y las burbujas, Egerszalók cumplirá sus expectativas. Y por supuesto, Eger es una de las ciudades húngaras más bellas y que bien merece la pena visitar.
Estuvimos viviendo en Eger 2 meses donde fuimos a buscar a nuestro hijos....nos trae muchos recuerdos y todos muy buenos. Un placer leer este blog, que nos hace recordar y seguir perteneciendo un poquito a Hungría.
ResponderEliminarMuchas gracias por el blog nos sirve de gran ayuda, sin duda iremos, ya os contaremos como nos fue
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