sábado, 31 de octubre de 2015

Elecciones en Polonia: gana el partido "Orbánista"

Aunque este blog trata sobre Hungría, y la política no es su eje central, he escrito en bastantes ocasiones sobre la misma, ya que lo considero algo básico para comprender la realidad del país. Hoy escribiré acerca de las elecciones polacas, porque tienen mucho que ver con Hungría y con lo que está pasando en los últimos años en parte del este de la UE.

Las relaciones entre Polonia y Hungría son bastante cordiales, de hecho, aunque poco tienen que ver lingüística y culturalmente, polacos y magiares siempre han confraternizado muy bien, y famosa es la frase en ambos idiomas que reza "el húngaro y el polaco beben juntos y luchan juntos". En estas elecciones, de 2015, ha vencido el partido denominado "Orbánista", al tener muchas similitudes su programa e ideas con las de Fidesz y el primer ministro húngaro Viktor Orbán. Por todo ello, en Hungría se han seguido bastante estos comicios, desde mucho antes de celebrarse. En España todo se ha resumido a un análisis superfluo postelectoral, algo parecido a "han ganado los ultraconservadores", o simplemente "conservadores", o "euroescépticos", dependiendo del panfleto de turno. En realidad no son ni mucho menos ultraconservadores, pero es probable que como sus ideas chocan con los intereses de las grandes corporaciones, la prensa rápidamente se haya encargado de insinuar que son peligrosos o locos, para así desacreditarles desde el principio. Más o menos lo mismo que pasó con Viktor Orbán. Casualidades de la vida.

Vencedor fue el partido "Ley y Justicia" (en polaco abreviado como PiS), con el 38% de los votos, desbancando al PO (Plataforma cívica, liberales) que había ganado los dos anteriores comicios en 2011 y 2007. El programa electoral del PiS es bastante más social e izquierdista que, por ejemplo, lo que hasta ahora han hecho los supuestos partidos de izquierda. Plantea un impuesto especial para las grandes cadenas comerciales extranjeras, para compensar al pequeño comerciante polaco. Pretenden conservar su industria del carbón aunque ello suponga violar los acuerdos de emisiones de dióxido de carbono. No quieren entrar en el euro, sobre todo después de ver el desastre griego. Además pretende tasar a los bancos con un 0,39% (no han especificado aún donde se gravará esto). Quieren bajar la edad de la jubilación. Si estos son ultraconservadores, la prensa tiene un problema gordo.

Claro que de esto se ha hablado poco (porque seguramente por ahí no hay donde criticarles), y sí mucho de su otra cara: la defensa de los valores católicos, patrióticos y su rechazo a la globalización y la inmigración. No olvidemos que precisamente Hungría y Polonia son dos grandes suministradores de mano de obra barata, tanto en su territorio como en la Europa rica, donde han emigrado millones de polacos y húngaros. Aunque sus remesas contribuyen de forma definitiva a la economía nacional, es innegable que si trabajasen en su país de origen (por salarios aceptables, claro, no los que se ofrecen ahora), el beneficio para sus economías sería mucho mayor. ¿Podría decirse que una política favorable a la inmigración tiende al conservadurismo y la desigualdad, y una política contraria a la inmigración, al progresismo?

Esta curiosa combinación de política social y económica de izquierdas, junto con valores tradicionales de familia, religión y patriotismo, tradicionalmente conservadores, es precisamente la filosofía de Viktor Orbán y Fidesz, que ha arrasado en la política húngara (dos mayorías absolutas consecutivas, y camino de la tercera) y que ahora lo hace en la polaca. Es como un 2x1: con las políticas socioeconómicas barren a la "izquierda tradicional" que no ha hecho nada de izquierdas en sus años de gobierno, y con su discurso tradicional y conservador barren a la derecha y la extrema derecha. "Orbanomics" le llaman en inglés a esta peculiar forma de hacer política.


La nueva primera ministra de Polonia, Beata Szydlo, junto al presidente del PiS, Jaroslaw Kaczynski.
fotografía: index.hu


Y es que Hungría y Polonia son dos países del este de la UE, cansados, muy cansados, de más de un cuarto de siglo de gobiernos de la derecha y la "izquierda liberal". Sin ir más lejos, los gobiernos postcomunistas en Hungría fueron del Partido Socialista, heredero directo del antiguo Partido Comunista, y que se dedicó a seguir las doctrinas ultraliberales impuestas por occidente: cierre de la industria local, privatización extranjera de todos los recursos y bienes del país, un frágil estado del bienestar (que nada tiene que ver con los de Europa occidental) y salarios míseros para engordar los beneficios de las empresas alemanas, austríacas, francesas y escandinavas. Todo esto con la promesa de alcanzar el ansiado nivel de vida occidental. Ni que decir que todo fue un estrepitoso fracaso, y que la decepción es algo más que notoria en la población húngara, y ojo que esto se puede aplicar a todo el este de la UE: 25 años de capitalismo no han traído aquí ninguna mejora en la calidad de vida. Así se comprende que políticas "Orbánistas" triunfen. Sin ir más lejos, el otro día el gobierno húngaro anunció una ley para obligar a las grandes superficies a contratar más trabajadores, en función de los metros cuadrados que ocupen. De esto nada se habla en España, claro que si se levanta una valla para detener la entrada masiva y descontrolada de inmigrantes rumbo a la Europa rica, portada al canto. Austria va a levantar otra valla y no he visto un gran revuelo en la prensa sobre ello.

En cualquier caso hay diferencias sensibles entre el PiS y Fidesz, por ejemplo el nuevo gobierno polaco no puede ni ver a la Rusia de Putin, y son bastante afines a Estados Unidos y la OTAN, mientras que el Fidesz húngaro ha estrechado lazos con Putin y se ha alejado, cada vez más, del país americano. El otro día, sin ir más lejos, ocurrió el enésimo roce entre la embajadora americana Colleen Bell y el gobierno húngaro. Básicamente Bell puso de vuelta y media al gobierno húngaro, cuyo portavoz le respondió diciendo que Hungría no es un estado de Estados Unidos y que si tiene que tratar algún asunto lo hará con la Unión Europea, o de manera interna. Sobre los roces entre Hungría y Estados Unidos escribí en mi anterior entrada, que repasa precisamente las políticas del MSZP (el partido socialista) y Fidesz de los últimos años.


La embajadora Colleen Bell y el primer ministro húngaro Viktor Orbán. No hay precisamente una amistad entre ambos, todo es postureo.
fotografía: atv.hu


Con precios similares o superiores a los de Europa occidental, salarios medios en torno a los 300 € y un sistema de salud, educación y pensiones precario pese a los elevados impuestos, los países del este de la UE han comenzado a decir basta: ya no se creen las promesas, ni que la UE y las políticas liberales traigan riqueza o bienestar. Es el euroescepticismo en otra versión, algo diferente a la de Europa occidental. Y lo hacen de una forma bastante pacífica: en las urnas. Sinceramente, yo soy de los que piensan que todo esto va a terminar en una revolución a medio plazo, pues el descontento popular es generalizado y no sé cuando se terminará la paciencia. No sé cuanto tiempo durarán las políticas Orbánistas, ni siquiera sé si darán resultado (hasta ahora no lo han dado), lo que sí sé es que después llegará el Jobbik, la extrema derecha húngara (ojo que también tienen en su programa algunas ideas de izquierda). Y entonces no sé qué pasará.

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